Me gustaría comenzar felicitando a Tokio por haberse llevado la organización de las Olimpiadas del 2020, para seguir preguntándome, donde a quedado el Espíritu Olímpico que promueve y promulga dicha cita deportiva. Y digo esto porque desde el pasado Sábado no he escuchado, ni en prensa, ni en la calle, a nadie, felicitar al campeón, en este caso la ciudad de Tokio, digno merecedor de tal galardón. Con esto no quiero decir, ni mucho menos, que Madrid no se lo mereciese, sin embargo si que creo que se ha de ser suficientemente humilde como para aceptar la derrota, asumir el fracaso, y tener la dignidad de felicitar al ganador, como no puede pedirse menos, tratándose de una cita deportiva.
En otro orden de cosas destacaría el echo de que en vez de centrarnos en lo externo, en lo que no depende de nosotros para buscar justificaciones que aplaquen nuestros sentimientos y frustraciones, deberíamos empezar a valorar aspectos internos, es decir aspectos que sí dependen de nosotros, los fallos cometidos, para que en futuras ocasiones no los volvamos a cometer.
Porque errores cometimos, entre otros yo destacaría la confianza que teníamos en que a la tercera va la vencida, que teníamos gran parte del trabajo realizado, que teníamos muchos votos comprometidos, etc. Y es que eso nos llevó a un estado de euforia, en el que lo único que veíamos era lo que económicamente significaba, para un país «tocado» como el nuestro, el echo de organizar la cita Olímpica, en vez de centrarnos en lo que verdaderamente significa una olimpiada, que no es ni más ni menos el orgullo que sienten los deportistas por representar a su país en su tierra, ante su gente. Algo que ocurre en muy contadas ocasiones y que permite generar una cantera de deportistas centrados en la victoria.
Así pues y remitiéndome al Espíritu Olímpico, no nos queda otra que felicitar a Tokio, y continuar trabajando para que la próxima vez no fallemos en nada y Madrid sea la ciudad elegida, porque quién la sigue la consigue, y porque nos lo merecemos.